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San Ivo es Patrón de los Abogados de Zaragoza
desde hace más de cuatrocientos años
Miguel Monserrat Gámiz
(Separata del Boletín del Real e Ilustre Colegio de Abogados de Zaragoza,
número 33 de 1 de abril de 1969)
 
      Introducción
      El Patrocinio de San Ivo sobre los Abogados de Zaragoza
      Un Santo del Siglo XIII
      Ivo, Bretón
      Un Boceto de la Vida de San Ivo
      Relatos Maravillosos de San Ivo
      La Canonización
      El Culto de la Posteridad
      Despedida
 
 
 
 
 
 
 
 

          Nacido en Bretaña, a mediados del siglo XIII, estudió en la Sorbona y en la universidad de Orleans. Ganó inmensa popularidad como perito en ambos derechos y como abogado de los pobres, los huérfanos y los desheredados. letrado y sacerdote, llevó una vida austerísima y ejemplar, y gozó de fama de santo ya antes de morir. 

          En el siglo actual, Abogados franceses, ingleses, belgas, luxemburgueses, norteamericanos y de otras nacionalidades, han peregrinado "a San Ivo", le han llevado ofrendas, y han mezclado en la romería de su fiesta las severas togas con las cofias blancas de las aldeanas bretonas.  

          Los abogados de Zaragoza estamos colocados, desde hace siglos, bajo el patronazgo de San Ivo. En general poco sabemos y poco hemos procurado saber de nuestro patrono. La confusión en torno al mismo ha sido en ocasiones tan grande que hace años, en la tradicional fiesta anual, nos fue predicada la homilía de otro santo, asimismo jurista pero distinto de nuestro protector, san Ivo de Chartres; nada ha contribuido a dar luz . ni a popularizar la devoción al patrono, la imagen que como suya poseemos, falta de carácter y anacrónica en su atuendo.  

          El santo cuya fiesta celebramos el 19 de mayo, nuestro patrono, es san Ivo, bretón. Su popularidad como protector de los juristas y como abogado de los pobres, fue asombrosa sobre todo durante la Edad Media, tanto que rebasando las fronteras de su país, Bretaña, inundó Francia y llegó a todo el Occidente; llegó a pasar los mares y en el propio siglo actual, con posterioridad a la segunda guerra mundial, abogados canadienses y estadounidenses y de otros países americanos han mostrado su devoción a san Ivo mediante peregrinaciones y ofrendas de vidrieras a la vieja catedral de Tréguier en Bretaña, donde se conservan sus reliquias. 
 
  

EL PATROCINIO DE SAN IVO SOBRE LOS ABOGADOS DE ZARAGOZA

          Parece que la devoción de los abogados de Zaragoza a San Ivo es muy antigua, y que tiene su primer antecedente conocido en una "Cofradía de Letrados del Señor San Ivo", que radicaba en el convento de San Agustín. Esta Cofradía ya existía en 1546, fecha en que adquirió un censo contra la Villa de Erla. Por tanto es anterior al Colegio de Abogados de Zaragoza, cuyas primeras Ordenanzas llevan fecha 15 de mayo de 1578, y son acaso las más antiguas conocidas de los Colegios de Abogados de España, ya que las de Valladolid son de 1592 y las de Madrid de 1595. Según Latassa, el libro antiguo de matrícula del Colegio empezaba en 20 de junio de 1546. La Cofradía antigua desapareció y el Colegio conservó la herencia de la devoción a San Ivo. 

          Estos datos fueron recogidos por el que fue secretario de nuestro Colegio, don Luis del Campo Armijo, y publicados en el folleto que editó en 1952 titulado "El Real e Ilustre Colegio de Abogados de Zaragoza (1546-1952)" de donde los he tomado. 

          Por tanto, parece que consta documentalmente que a mediados del siglo XVI ya profesaban los abogados de Zaragoza devoción a un santo que había muerto a comienzos del siglo XIV y que fue canonizado en 1347. 

          Sería curioso conocer por qué conducto llegó hasta los abogados de Zaragoza tan tempranamente la devoción al santo jurista bretón. Sobre cuestión tan interesante cabría emitir dos hipótesis: que penetrara a través de la corte papal de Aviñón, poco después de la canonización, hipótesis poco probable ya que es conocida la escasa diligencia con que se resolvió por Clemente VI el proceso de elevación a los altares de san Ivo. Sobre este particular se cuenta de que fue el propio Ivo Hélori, quien se apareció en sueños al pontífice para abogar en favor de su propia causa, reprochándole las dilaciones en la resolución. 

          Más probable es que la devoción a san Ivo viniera desde Roma, donde había una iglesia de san Ivo dada por el primer papa Borgia, Calixto III, en 1456 a los franceses establecidos allí, juntamente con un hospital anejo a la misma, la cual fue restaurada en 1508, fecha esta última que se concatena en el tiempo con las primeras noticias de la Cofradía zaragozana de san Ivo, de la que pudo ser inmediato precedente una similar que funcionaba en Roma, a semejanza de las muy antiguas de Amberes, Gante y Malinas, también bajo la protección de san Ivo, cuya finalidad principal era la de prestar asistencia jurídica gratuita a los indigentes. 
  
  

UN SANTO DEL SIGLO XIII

          Para situar la figura conviene dirigir una mirada a su época, el siglo XIII, el momento en que pasadas las angustias del año mil, una ráfaga precursora del Renacimiento aletea sobre Europa. 

          En Francia, Luis IX administra justicia directamente -“sin impedimento de ujieres ni de otros”- bajo la encina de Vincennes a cuantos ciudadanos se la demandan; en menos de treinta y tres meses ha hecho edificar la Santa Capilla, joya gótica que hoy forma parte de conjunto de edificios del Palacio de Justicia parisino, consagrada en 1248; dos años más tarde, es terminada la gruesa estructura de Nôtre-Dame; y en 1253 -el mismo año del nacimiento de Ivo-, Roberto de Sorbón funda con la ayuda del rey la célebre Universidad de París. San Luis -justicia, cultura, espíritu caballeresco- morirá poco después, en la última Cruzada, ante los muros de Túnez. 

          En Castilla, Alfonso el Sabio construye los dos grandes monumentos jurídicos que nos ha legado: el Fuero Real y las Partidas, entre 1254 y 1263. 

          En Aragón, Vidal de Canellas dispone la Compilación de las leyes propias, a la que las Cortes de Huesca de 1247 darían nombre imperecedero. Es la época en que Roger de Lauria se permitía decir a los emisarios del rey de Francia aquellas palabras altivas: "Galera ninguna, ni ninguna otra suerte de bajel osará ir por la mar sin la venia del rey de Aragón, y no solamente galera o leño, sino que hasta no creo que pez alguno se atreva a alzarse sobre el mar si no lleva en su lomo un escudo o señal de mi señor el rey de Aragón y de Sicilia". 

          Entretanto un súbdito del rey de Aragón, Raymundo de Penyafort, preparaba en un tiempo record -cuatro años- el monumento jurídico de las Decretales, que un papa jurista en ambos Derechos, llegado al solio pontificio a los ochenta años, Gregorio IX, había de promulgar como ley canónica universal y como texto obligado "in judiciis et in scholis'' por su célebre bula "Rex Pacíficus" de 5 de septiembre de 1234, dirigida a las universidades de Bolonia y París. 

          En ese siglo, repleto de evocaciones jurídicas, posiblemente el mas sobresaliente en este aspecto de toda la Edad Media -la encina de Vincennes, las Siete Partidas, las Decretales- es cuando surge la figura de Ivo, nuestro Patrono. Es más, es el siglo en que un “famossissimus advocatus" del Languedoc, Guido de Foucault, llega al Papado, bajo el nombre de Clemente IV, de quien se ha escrito que "continuó siendo abogado hasta sobre el trono pontificio”. 
  
  

IVO, BRETÓN

          El escenario geográfico de la mayor parte de la vida de Ivo Hélori es Bretaña, donde nació y murió, donde siempre vivió, salvo sus años de permanencia en París y Orleáns. 

          Formaba entonces Bretaña un Ducado independiente, ya que hasta el reinado de Francisco I no se incorporó al reino de Francia. 

          Era un país -y todo esto continúa siendo válido en gran parte- alejado de los caminos terrestres más frecuentados, pero entrañablemente abrazado por la mar. Tierra de pequeñas parcelas de labor y de bosques, de un relieve desigual y casi constante que hace penosos y dificultosos los caminos. El clima brumoso y lluvioso, el mar bravío que se rompe contra una de las costas más accidentadas, contribuyen a envolverlo en sombras de misterio. 

          Sobrevivían leyendas y hábitos paganos, de la misma manera que se conservan todavía megalitos -dólmenes, menhires, rocas que oscilan en posiciones inverosímiles-, todo ello mezclado con un cristianismo crédulo e ingenuo, que no ha podido terminar con el brujerío, con la superstición, con la creencia en duendes y en las apariciones de almas en pena. Cuentan de navíos sin gobernalle que se ven entre las sombras de las tempestades, de bahías en las que se reúnen los cuerpos que el mar devuelve de los marineros ahogados, de lobos que aúllan en los bosques y de bandidos que asaltan a los caminantes, incluso de aquelarres sabatinos en las frías noches invernales... 

          Junto a ese claroscuro, los santos presiden la vida familiar y la vida del trabajo: a ellos se implora cuando las terribles pestes -tan frecuentes en la época- hacen su aparición, cuando se acercan las cosechas de manzanas o de maíz, cuando hay que llevar al mercado el ternero, cuando los hijos se casan o se anuncia un aumento de familia... Hay una pléyade de santos en Bretaña que gozan del fervor popular: algunos de ellos no están canonizados ni inscritos en el catálogo de la Iglesia universal, pero el pueblo los reverencia y les pide sin cesar: san Mamerto, es invocado contra los cólicos; san Livertin, protege contra los dolores de cabeza; santa Apolonia, contra los de muelas; san Tugen, hace huir a los perros rabiosos; san Cornelio y san Herbot, son protectores de bueyes y caballos; santa Bárbara, defiende de los rayos; san Fiacre, es patrón de los jardineros; Santiago, de los marineros; san Miguel, de los lugares elevados; santa Ana, de las madres de familia... De todos ellos se cuentan historias maravillosas... 

          Pero es la mar quien define al país. Mar por la que invadieron los normandos y que abre sus puertas a los marinos bretones hacia un futuro grandioso. Es el mismo mar de nuestra Galicia el que circunda a un país tan parecido a nuestra Galicia. “Ai, ondas que eu vin mirar…” podría decir Ivo, dirigiéndose al mismo mar, que su contemporáneo el vigués Martín Codax. Mar que posee también uno de los tres Finis-Terrae -como el de Cornualles y el de Galicia-, cabos finales del mundo entonces conocido. Más allá, el mar proceloso, lleno de misterio y de leyendas... 

          También, como Galicia, Bretaña tiene ya un célebre santuario meta de peregrinos: no tan célebre como Compostela, pero el Monte de San Miguel -ya citado por Berceo en uno de sus Milagros, con un castellano balbuciente- es uno de los puntos mas frecuentes por los peregrinos de la época. 
  
  

UN BOCETO DE LA VIDA DE SAN IVO

          Ivo Hélori nació el 17 de octubre de 1253 en Kermartín, que era un "castillo" o casa de campo situada a corta distancia de Tréguier, aldea de Minihy. La ciudad de Tréguier está situada en la península bretona, actual departamento de Costas del Norte, a corta distancia del Atlántico, que baña la comarca por el norte. 

          Era hijo de Hélori de Kermartín y de su esposa, Azo de Kenequis o Quinquiz, pertenecientes a la pequeña nobleza rural bretona. Tuvo una hermana mayor, Catalina. 

          A los 14 años, en 1267, fue enviado por sus padres a París, acompañado por un joven poco mayor que él, Juan de Kerhoz, que había de ser su inseparable compañero de estudios. 

          En el estudio fundado por Sorbón -la actual Sorbona- cursa el "trivium" y el "cuatrivium"; ya tenía carácter de Universidad internacional, con maestros tan célebres como Siger de Brabante, Alberto Magno, Tomás de Aquino, Buenaventura, y con discípulos entre los que se habría de contar, muy poco después que Ivo, Dante Alighieri. 

          Fueron estudiantes parisinos de la “rive gauche”, ya que se instalaron en un modesto cuarto de la calle del Fouarre, y luego en la de Juan de Beauvais, ambas frente al puente del Doubs, desde el que se contempla la más bella perspectiva del ábside de Nôtre-Dame, cuya construcción ya entonces estaba avanzada. Muchas clases se daban en plena calle, escuchando a los maestros los escolares sentados sobre montones de paja: de ahí el nombre de la calle, Fouarre. 

          En el ambiente estudiantil parisino pasó diez años y ganó el título de "Maestro en Artes", que le autorizaba para enseñar. 

          Ivo, según lo describen los contemporáneos era entonces un joven de porte distinguido, elevada estatura, rostro amable, ojos de un gris azul llenos de dulzura, pero con un brillo que denotaba la limpieza de su alma y que disponía al auditorio en su favor. 

          De París pasó a Orleáns, en cuya Universidad -competidora de la Sorbona- realizó los estudios de Derecho civil y canónico, al lado de maestros famosos, entre los que figuraban Guillermo de Blaye y Pedro de la Chapelle, siempre al lado de Kerhoz y de otro compañero, Guillermo Pierre, quien declaró así en el proceso de. canonización: 

          "He visto y conocido a M. Ivo y he vivido con él alrededor de dos años en la Universidad y en la misma vivienda de la calle Malhetz; ya en esta época comenzaba sus abstinencias, porque cuando sus compañeros comían carne y bebían vino, él se privaba de ello, e incluso en esta época ayunaba todos los viernes; nunca he oído decir que comiera carne ni que bebiera vino. Nunca le vi encolerizarse con sus compañeros, ni jurar por los nombres de Dios y de los santos, ni proferir palabra deshonesta alguna. No he observado en él nada contrario a la castidad y estoy seguro de que permaneció casto y puro”. 

          En 1280, cuando tenía 27 años, el obispo de Rennes le ofrece el cargo de “oficial”, es decir, juez del tribunal eclesiástico, cuya competencia se extendía entonces a causas civiles, querellas de intereses, cuestiones matrimoniales... 

          Acerca de esta época declaró otro testigo del proceso de canonización, Alano de la Roche-Hugon: 

          "Conocí a M. Ivo cuando era oficial del obispo de Rennes. Cuando estábamos M. Guillermo y yo en su casa, sus familiares me condujeron a la habitación de M. Ivo y me mostraron el lecho en que se acostaba, diciéndome: “ved el lecho en que se acuesta M. Ivo, el oficial que es de vuestro país”. Descubrieron entonces una parte del mismo: no había allí sino algunos trozos de madera, algunas virutas, hay incluso tierra, recubierta con un poco de paja y de una miserable cubierta de cáñamo". 

          Y es que Ivo no descuida, al lado de sus intervenciones en juicios, su vida de verdadero asceta, y está ligado ya desde Orleáns y para siempre a los frailes menores. La revolución del “poverello” de Asís ha llegado hasta Bretaña con su hábito de sencillez y de austeridad. Durante su estancia en Rennes acudía al convento de franciscanos para oír la explicación de la Biblia y parece que incluso llegó a pertenecer a la Orden tercera. 

          Pero el obispo de Tréguier, Alano de Bruc, a quien ha llegado la fama de Ivo, lo reclama a Mauricio, obispo de Rennes. Al cabo de cinco años, éste accede, y le autoriza a trasladarse a su diócesis de origen, regalándole un caballo como agradecimiento, para hacer el viaje. Pero Ivo vende el caballo, reparte a los pobres lo que obtiene, y realiza el viaje a pie. 

          En Tréguier se ordena de presbítero y su obispo le da también el cargo de oficial y la rectoría de Trédez. Todo esto ocurría por el año 1285, es decir, cuando nuestro santo tenía 32 años. Así comparte las tareas de juzgar en causas civiles y las de atender a sus feligreses. También la de defender a los pobres. Es difícil comprender con la mentalidad de hoy cómo podía Ivo compartir las dos tareas de juzgar y de defender; es posible que el juez pudiera asumir, en una función partícipe de la magistratura, jurisdicción rogada, y de la iniciativa o promoción de oficio, la tarea de juzgar y de defender. Pero unas palabras de su gran amigo Juan de Kerhoz nos explican que Ivo así lo hacía y hasta la razón por la que es conocido como "el abogado de los pobres": "Maître (título que es el que incluso actualmente se da a los abogados en Francia) Ivo fue piadoso y compasivo, porque informaba gratuitamente por los pobres, los menores, las viudas, los huérfanos y todas las demás personas miserables; él sostenía sus causas, se ofrecía a defenderlos, incluso sin habérsele solicitado: también se le llamaba el abogado de los pobres y de los miserables... Les defendía gratuitamente, así es cierto, porque numerosos desgraciados me lo han contado, felicitándose calurosamente de la ayuda que les había prestado M. Ivo". 

          Hay autores que afirman que Ivo informó como abogado en los tribunales civiles de Tours y de París, desplazándose al efecto desde Bretaña. Aparte su conocimiento de "ambos Derechos”, su posesión de las lenguas bretona, francesa y latina lo hacían perfectamente idóneo para este ejercicio en regiones sometidas a distintos poderes políticos y entonces con distintos idiomas. 

          En 1296 fue protagonista de un episodio que refleja su amor a la justicia y su entereza frente al atropello. El rey de Francia Felipe IV el Hermoso pretendió apoderarse del tesoro de la catedral de Tréguier. Todo el mundo calló, incluso el obispo, cuando los enviados del monarca protegidos por fuerza armada hicieron acto de presencia para apoderarse de los vasos sagrados. Hace frente al tesorero real -Guillermo de Turnemine diciéndole que. no permitiría el sacrilegio. Y en efecto, lo evita simplemente acostándose delante del altar, ante cuyo gesto ceden las bravatas e insultos del tesorero y las armas retroceden; el pueblo, amedrentado, reacciona frente a la injusticia y los invasores no osan poner las manos en el tesoro defendido por Ivo. 

          Unos años más tarde, Ivo renuncia a su cargo de oficial. Es por los años 1298 a 1300, y a partir de entonces solamente se dedica a defender a los desvalidos ante los tribunales y a su tarea pastoral como rector de otro. pueblecito próximo a su lugar de origen, Louannez, del que había sido encargado desde 1292. Allí fundó una capilla dedicada a Nuestra Señora. 

          Recuerdan las historias cómo vivió pobremente hasta el final y cómo su corazón estuvo lleno de una infatigable caridad hacia los demás; su casa de campo fue convertida en lugar de refugio de transeúntes pobres, buhoneros y saltimbanquis. No se recataba de tratar con las gentes más míseras. Seguía calzando unas sandalias con los pies desnudos, vestía una túnica blanca de tela basta, que con el tiempo llegó a ser gris oscuro, ceñida con un cordón, al estilo franciscano. 

          Así llegó hasta el día de su muerte, ocurrida el domingo 19 de mayo de 1303, a los cincuenta años, en su granja de Kermartín. El jueves anterior, día de la Ascensión celebró su última misa, en la capilla. Ya está muy enfermo y la multitud -entre la que era unánime su fama de santidad- recibe con dolor la noticia de que ese día Ivo ya no podrá oír confesiones. Es una última misa solemne, ya que han acudido a visitarle en esa fecha señalada, sabiéndole enfermo, varios eclesiásticos de relieve, entre ellos los curas de Bégard y de Beauport y hasta el propio obispo de Tréguier, Alano de Bruc; estos dos últimos le ayudan a mantenerse en pie durante la misa. Luego, recita salmos y oraciones sin cesar, recibe los sacramentos a cuyas oraciones responde y el sábado por la noche calla y se dispone a entrar en el cielo al día siguiente. 

          Cuatro hombres del pueblo trasladan sus restos, primero a la capilla de Kermartín, y luego a la catedral de Tréguier, donde recibirán sepultura. 
  
  

RELATOS MARAVILLOSOS DE SAN IVO

          La devoción popular surgió espontánea, desbordada, en torno a la figura del jurista defensor de los miserables, del asceta admirado ya en vida, que gozaba de un renombre y de una aureola de ejemplaridad. 

          Hay un viejo dicho que refleja el sentir popular de la Edad Media hacia San Ivo. Es sabido que nuestra profesión ha sido en todo tiempo, y más en dicha época, objeto de la crítica mordaz de las gentes y de los dicterios más crueles e injustos; sin embargo, el sentir popular deja aparte al célebre santo, como lo acredita el dicho satírico siguiente, que circuló por todo el occidente: "Santus Ivus erat brito; advocatus et non latro; res miranda populo", o sea, "San Ivo era bretón; abogado y no ladrón; cosa admirable para el pueblo”. 

          Pero se recordaban por el pueblo una serie de hechos maravillosos atribuidos al santo abogado, de los que queremos citar algunos: 

          En cierta ocasión, cuando caminaba en despoblado, como no tenía dinero para dar a un pobre, le regaló el sombrero con que cubría su cabeza. Varios compañeros de camino afirmaron que momentos después apareció cubierto con un sombrero igual al que había dado. 

          Cuentan que una vez llamó a su puerta un leproso pidiendo limosna. Le dio albergue y comida, y durante ésta el leproso le dijo: “El Señor está contigo", y desapareció. Algo parecido a la aparición de Cristo glorioso en Emaús. 

          Una vez, cuando daba gracias tras la misa, una paloma resplandeciente se posó sobre su cabeza y luego voló al altar mayor. También se cuenta que en otra ocasión, cuando comía con gran numero de pobres a su alrededor, un pájaro bellísimo se puso a volar en torno a la cabeza de Ivo y luego se le posó en la mano. Y por dos veces, dicen, dio de comer a muchos pobres con muy poca cantidad de pan, repitiendo las milagrosas multiplicaciones de Jesús. 

          También se cuenta de él que con un solo cubo de agua apagó un terrible incendio, que pudo franquear a pie y sin mojarse un turbulento arroyo desbordado, y que conoció anticipadamente la fecha de su muerte. 

          Todas estas tradiciones, que hay que enjuiciar en el crédulo ambiente de la Edad Media, acreditan que fue un santo con aureola de inmensa popularidad, siendo de notar que su patrocinio se extendió también a las gentes de mar de Bretaña, entre las que era muy frecuente prometer una peregrinación a san Ivo, llevarle una ofrenda, acaso uno de esos pequeños barquitos de vela metidos en una botella, o un navío mayor para colgar junto a su tumba. Acaso sean discutibles desde el punto de vista histórico; pero tienen el encanto de la ingenuidad y el aroma de lo maravilloso, el fervor de la piedad y la belleza de la poesía. 
  
  

LA CANONIZACIÓN

          Ya en vida, Ivo gozó de fama de santidad, y prueba de ello es que inmediatamente de morir el pueblo tomó trozos de sus vestiduras para venerarlos como reliquias. 

          Este sentir general fue interpretado por el duque de Bretaña Juan II, quien elevó al papa Clemente V la petición de los bretones de que Ivo fuera elevado a los altares, que apoyan Felipe VI de Francia y la reina Juana de Borgoña cerca del sucesor de aquél, Juan XXII, así como la Universidad de París y el cabildo de Tréguier. El obispo de Tréguier, acompañado del hermano del duque, Guido de Bretaña, se traslada a la corte papal de Aviñón para apoyar la petición y el proceso de canonización se inicia, conducida la investigación por dos prelados que fueron maestros de Ivo en Orleáns: Roger, obispo de Limoges, y Auquelin, obispo de Augulema. 

          Declaran en el proceso doscientos ochenta y nueve testigos, entre ellos Juan de Kerhoz, el compañero desde la infancia de Ivo, que cuando prestó testimonio tenía noventa años. La abundancia de testimonios da al proceso un volumen desmedido. Tras varias interrupciones, el proceso se resuelve en sentido favorable a la canonización, mediante la bula de Clemente VI dada en Aviñón el 19 de mayo de 1347, exactamente en el 44 aniversario de la muerte del santo. Ivo Hélori de Kermartín queda inscrito en el catálogo oficial de los santos. 
  
  

EL CULTO DE LA POSTERIDAD

          El duque Juan V, erige en la catedral de Tréguier una bella tumba para san Ivo, qué fue destruida en 1794 durante la revolución francesa, siendo arrojado el cuerpo al mar, así como las piedras del sepulcro. Solamente se salvó la cabeza, que hoy se guarda en relicario de plata. La tumba fue reconstruida más tarde. 

          La iconografía de san Ivo es abundante, sobre todo en Bretaña, y sumamente curiosa. Desde hace años poseo una cerámica vidriada de origen bretón, en la que aparece su figura toscamente trazada, vestida con toga roja con vueltas de armiño, birrete del mismo color y un rollo de pergamino en su mano derecha. 

          Pero no es frecuente un san Ivo, aislado, sino que más bien se le representa entre otras dos figuras, la del ”pobre” y la del “rico", rechazando las dádivas de éste e inclinado hacia el primero, tal como aparece en un grupo de no mucha antigüedad y anacrónico en los ropajes de la iglesia bretona de Hoelgoat; en otro grupo esculpido toscamente en madera en la iglesia de Minihy-Tréguier; en la pequeña iglesia de la Roche-Maurice, próxima a Landerneau; o en la parroquial de Faou. 

          Otras veces se le representa sin ese acompañamiento, vistiendo toga, tocado con birrete, con un rollo de pergamino o papeles en la mano y un pájaro o paloma volando en tomo a su cabeza o posado sobre el birrete. En ocasiones no falta el recuerdo de su prodigioso paso a pie enjuto de un arroyo desbordado, como frecuentemente ocurre en los antiguos grabados en madera. 

          Entre los doscientos personajes del célebre "calvario" escultórico de Guimiliau no falta el popularísimo santo bretón, en lugar relevante, sobre uno de los brazos de la cruz, compartiendo lugar tan preferente con la Virgen, san Juan y san Pedro. Es obra del siglo XVI, muy visitada por los turistas. 

          En Montcontour existe una representación distinta, en una vidriera de la iglesia de St-Mathurin, en que aparece ofreciendo un plato de comida a un mendigo, que se lo arrebata a la vez que escupe a su benefactor. 

          En Minihy-Tréguier, pueblo natal de Ivo, se conserva vivo el recuerdo del santo. Allí cada 19 de mayo se celebra el “perdón de san Ivo”, que es una romería popular al estilo bretón, en que las mujeres lucen sus cofias almidonadas típicas. Las gentes dicen todavía, “voy a san Ivo”. Al párroco del pueblo le llaman “rector de san Ivo”. La iglesia está edificada sobre la que fue casa de campo de Kermartín, donde nació y murió nuestro santo. En su presbiterio se muestra una tela pintada con el texto del testamento en latín y un manuscrito del siglo XIII llamado “breviario de san Ivo''. En el cementerio hay un monumento del siglo XIII perforado en su centro con un arco muy bajo, que pasan los peregrinos arrodillados y que llaman “tumba de san Ivo”, que parece ser un altar de la iglesia primitiva. 

          La catedral de Tréguier, que conservó su sepultura, es una obra gótica, con su claustro anejo. Poco a poco está siendo restaurada de los daños producidos por el tiempo, las guerras y las revoluciones. No es de las grandes catedrales francesas, pero acaso les gana en encanto y en poesía. Abogados de todas las partes del mundo han llevado allí sus ofrendas en homenaje al patrono. Los letrados americanos colocaron en la catedral una placa en 1932 y en 1936 ofrendaron una vidriera. Otra vidriera donaron los abogados belgas en 1937. Con ocasión del sexto centenario de la canonización, el 19 de mayo de 1947, acudieron en peregrinación los abogados franceses, ingleses, belgas, luxemburgueses y norteamericanos, y asistieron a la procesión formando bello contraste sus severas togas con las blancas cofias de las aldeanas bretonas. También estuvo con ellos el Nuncio en París, monseñor Roncalli, que poco después sería el gran Juan XXIII. 

          Tréguier es hoy una pequeña ciudad de menos de 4.000 habitantes, con un puertecillo que da salida hacia Inglaterra a los frutos y verduras del país y por el que se reciben maderas de los departamentos del norte de Francia con destino a los artesanos del mueble de la localidad. El puerto expide también la remolacha azucarera de la región y se ve muy frecuentado en la época estival por yates de los turistas ingleses que atraviesan el canal de la Mancha. 
  
  

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          Desde hace años vengo recogiendo datos relacionados con san Ivo, para satisfacer la curiosidad de los compañeros del Colegio de Abogados de Zaragoza por nuestro patrón. 

          En este artículo he transcrito una información sumaria suficiente para describir su figura ejemplar y encuadrarla en el tiempo y en el espacio. Quién sabe si de este pequeño trabajo pudiera también derivarse una nueva estatua de nuestro Patrón, más en carácter, o acaso una peregrinación “a San Ivo''. 

          Quiero subrayar finalmente, que nuestra devoción a san Ivo es algo que entronca desde hace siglos a los abogados de Zaragoza con la vieja Europa, con una figura del extremo occidental del viejo mundo; no debemos perderla, sino afirmarla, derivando de la misma lecciones de espiritualidad, de abnegación y servicio, de amor a la profesión, de sentir europeo y universal.