Finalizamos con este relato, como habíamos prometido, la publicación
de los tres artículos presentados al concurso de relato San Ivo
1999.
El timbre de la puerta sonó por cuarta vez. Silvia, que por fin estaba terminando su último Fundamento Jurídico, soltó un grito con tintes de desesperación y de hastío, tratando de calmar al impertinente que se le había pegado el dedo al interruptor. - ¡Que ya va......! Cuando abrió la puerta, Silvia no pudo contener una exclamación nacida de lo más profundo de sus raíces catalanas: - ¡La mara de Deu! Ante ella, embutido en una gabardina y coronado por un elegante sombrero, se erguía sobre sus dos patas traseras un curioso animal, con pinta de bonachón, aspecto de canguro, pero de rasgos más extraños. El animal, extendiéndole la mano, con una educación que muchos humanos hubieran deseado para sí, se presentó en un correctísimo castellano jalonado por un acento dulzón y seductor. - Buenos días, señorita.... ¿El Sr. Gargallo, por favor? - Pues... ¿Está Usted citado? - preguntó la secretaria-. Con gesto adusto y preocupado, el extraño visitante trató de convencer sobre la urgencia de su visita a la pobre chica que incrédula y temerosa, le contemplaba. - Verá señorita. Se trata de un asunto muy urgente, que me ha impedido llamar previamente. Dígale al Sr. Gargallo que tenga la amabilidad de concederme unos minutos porque lo mío ya no puede esperar más - aclaró el visitante-. Silvia, que no salía del asombro de estar ante una especie de canguro que hablaba como si tuviera dos carreras y cuatro doctorados, vaciló unos momentos, y atacó de nuevo. - Está bien, Está bien ... ¿De parte de quien, por favor?- - Parlasaurio, para servirle a usted y al reino animal, señorita - contestó con ingenio el bicho, a la vez que sombrero en mano, hacía una pequeña reverencia- - Parlasaurio...¿qué más, por favor? - interrogó de nuevo la perpleja Silvia, a la que mil millones de veces le había dicho su jefe que preguntara los apellidos de todo aquel cliente que viniera al despacho, sin que hasta la fecha nadie le hubiera hecho distinción alguna entre humanos y canguros-. El animal durante breves segundos quedó pensativo mirando a la chica. A fin de cuentas... ¿Cuántos parlasaurios habrían preguntado antes por el Sr. Gargallo? Sin embargo, antes de empezar a dudar por la capacidad mental de su interlocutora, prefirió seguirle la corriente. - Parlasaurio del Cretácico, señorita-.
- ¡Ah!... Pues espere un momento por favor,
que ahora mismo aviso al Sr. Gargallo.
El visitante, pensó por un momento que aquella chica le estaba tomando
el pelo, pero prefirió guardar silencio.
Javier estaba hablando con la Sra. Izquierdo, cuando su secretaria irrumpió con fuerza en su despacho. - Bueno... pues nada... feliz año Sra. Izquierdo. Adiós, adiós... -exclamó el joven abogado con resignación, al mismo tiempo que por fin colgaba el auricular-. - Joer que señora tan insufrible... Y tú... ¿se puede saber que haces ahí parada con esa cara... ¿Qué quieres? -inquirió Javier a Silvia-. - Pues verás... es que tenemos un canguro en la sala de espera -explicó la chica con voz entrecortada y vacilante-. Javier le miró con un gesto de naturalidad que sobrecogió a Silvia. - Lo de siempre... ¿no? Que la madre de los niños no le paga, pero que no puede justificarlo... -preguntó Javier- En ese momento, Silvia comprendió que su jefe no había entendido exactamente lo que acababa de decir, por lo que tragando saliva, atacó de nuevo. - Creo que no me has cogido... Es un canguro... de verdad, o al menos algo parecido. Se llama Sr. Parlasaurio... del Cretácico. -terminó por fin aliviada la secretaria, consciente de lo que acababa de decir-. - Oye Silvia, tengo mucho trabajo y no estoy para coñas - le cortó Javier-. Y haz el favor de terminarme la demanda, que me fina hoy...-.
La pobre chica supo entonces que su jefe no lo entendería jamás,
así que decidió cambiar de táctica. Prefirió
abandonar el despacho , y encaminarse de nuevo a la sala de visitas para
hacer pasar al bicho. A fin de cuentas, un cliente era un cliente, y jamás
le habían hecho distinciones entre animales o personas. Mientras
pagara...
Por fin, la puerta del despacho de Javier se abrió, y el extraño animal dejó entrever sus enormes orejas y sus brillantes pupilas dilatadas. - Buenos días, Sr. Gargallo... encantado de conocerle -exclamó coloquialmente el visitante, extendiéndole su pata. Javier, que estaba abstraído pensando en sus cosas, al ver lo que se venía encima se quedó paralizado, contemplando la escena de ver entrar semejante ser en su despacho. - Pero... ¡Si eres un canguro! ¡Y encima hablas! -gritó sobrecogido el joven abogado-. El animal torció la cabeza con gesto molesto. - Oiga caballero... de canguro nada. Soy un Parlasaurio, de la rama cretácica, especie la mía mucho más avanzada que la de esos bichos idiotas y saltarines, retrasados mentales, que por no saber, no saben ni hablar... -exclamó indignado el herbívoro-. - ¡Ah!... Pues ya perdonará. Es que así de pronto, me había parecido usted un canguro... -insistió en la llaga Javier-. Pero vamos, -continuó-, si usted me dice que es un Parla...saurio, no se hable más. Y dígame... ¿a qué se debe su visita? Por fin, el animal se tranquilizó, dándose cuenta de que había conseguido su propósito. - Pues mire, Sr. Gargallo, iré al grano. Quiero ponerle una denuncia al Sr. Noe por tentativa de asesinato y genocidio -exclamó indignado el visitante-. Pagaré lo que sea -prosiguió-, pero esto no puede quedar así. - ¿Al Noe que yo me imagino?... Le escucho, le escucho... -aceptó resignado Javier, mientras trataba de descubrir dónde estaba el truco de todo ese montaje-. - Todo viene por un diluvio espectacular que cayó hace un montón de años por orden del Señor Todo Poderoso. Al parecer, a este Sr. Noe le encargaron llenar un arca con todos los animales de la tierra para evitar que se extinguieran. ¿Sabe?...-. - Algo he leído al respecto -señaló el anfitrión, a la par que seguía en busca de la clave del truco-. - Cuando se acercaron las nubes, y todo se cubrió, los animales nos dispusimos a subir la rampa y acceder al interior de la embarcación -continuó la visita-. Primero fueron los elefantes, las jirafas y las cebras. Y así, todos los animales hasta llenar el arca, que por cierto era enorme. Lo peor fue cuando empezó a llover más y más. Había que subir pronto porque si no moriríamos todos. Y en ese momento... ¡Zas! -exclamó con fuerza el animal-. - ¿Zas...qué? -pregunto ahora sí con interés Javier-. - Pues que el gracioso de Noe subió la escalerilla, precisamente cuando los parlasaurios teníamos que subir al arca - incidió con enojada fuerza el visitante-. Y claro, sin subir que nos quedamos...-. - ¡Jolín con Noe...! Yo de esto no sabía nada... - se excusó de nuevo el anfitrión- - Claro, porque no ha trascendido a la prensa. Se tapó la historia y se dijo que se habían salvado todos los bichos, y que Noe era un héroe. Pero no fue verdad. Pensaron que habíamos muerto, y que ya nunca hablaríamos, pero conseguimos salvarnos de milagro e invernar hasta hoy para poder denunciarlo -apostilló con rabia el animal-. - Pero... ¿qué motivos tenía Noe para hacer esto? -Preguntó Javier-. - La verdad es que Noe y yo no nos tragábamos. Noe era un mandón, y no aguantaba que nadie le llevara la contraria. Y claro, como yo era el único de los animales que hablaba, para que no le delatara, decidió callarme para siempre... - ¿Callar para siempre... qué? -Inquirió intrigado el abogado- - Lo de las comisiones ilegales en la construcción del arca, claro... -contestó el bicho-.
- ¿Comisiones ilegales... en la construcción
del arca...? Tendrá Vd. pruebas...supongo... -preguntó
alucinado Javier-. - Del intento de genocidio,
lo saben los últimos en entrar, o sea las tortugas y los caracoles.
Pero con ellos mejor que no contemos, porque son unos cagones y me los
conozco yo a esos... De lo demás fueron testigos los topos, pero
esos no ven un pimiento.... -reconoció pesaroso el visitante-.
En aquel momento, Javier comprendió que estaba siendo víctima de una broma, y que su interlocutor no sería más que un cachondo mental que, disfrazado de canguro, estaba aprovechando aquel 28 de Diciembre. - Pues verá, Sr. Parlasaurio - siguió seriamente el joven abogado-. Creo que estamos ante un claro delito de omisión del deber de socorro, crímenes contra la humanidad y cohecho. Lo malo, Sr. del Cretácico, es que yo no soy penalista... - ¡Cagüen diez! -exclamó el animal preocupado- No jorobe... - Pues no, -continuó explicando Javier-. Yo soy administrativista, y de temas penales no entiendo apenas. - ¿Adminis...qué? -preguntó el canguro-. - Administrativista, Sr. Parlasaurio... Eso es por si usted hubiera querido ponerle un pleito a los Sumos Sacerdotes... -concretó el anfitrión-. De todas formas, no se preocupe. Le voy a dar el nombre de un abogado penalista excelente... Esta es su dirección. Llámele hoy mismo y dígale que viene de mi parte. En ese mismo instante, se dio cuenta Javier que la broma de la que estaba siendo objeto iba a ser aprovechable. De entre sus innumerables tarjetas de visita, sacó una, la de Jorge Leyva, compañero de promoción y de profesión, con el que Javier mantenía una cordial enemistad que se cimentaba ya desde la facultad, y que traspasaba los límites de lo usual. - Te vas a enterar... -pensó Javier mientras se relamía, imaginándose por un momento la escena de ver entrar al canguro en el despacho de Jorge, con su gabardina y su sombrero, a la vez que exclamaba..”buenos días Sr. Leyva. Soy un Parlasaurio, y vengo a denunciar a Noe...” - Vaya... pues nada. Tenía muy buenas referencias de usted y hubiera deseado que fuera mi abogado. De todas formas, muchas gracias por las molestias que se ha tomado, y ya me dirá lo que le debo... -señaló con pesar el animal, llevándose la pata al bolsillo- Javier le tranquilizó, diciéndole que no era necesario, y que en todo caso estaba encantado de hacer lo posible por desenmascarar a los verdaderos responsables. - Lo importante, señor canguro, es que todo se solucione. Y si hay que tirar de la manta, que se tire... que ya está bien - apostilló el anfitrión sobreactuando, a la vez que abría la puerta del despacho, y le invitaba amablemente a coger el ascensor. El animal pensó por un momento reprocharle de nuevo la enésima confusión con los canguros, pero decidió, dada la amabilidad de su interlocutor, olvidar tanta torpeza en la distinción. - Gracias por todo, Sr. Gargallo. Cuando por fin el extraño visitante había abandonado el despacho de Javier, y éste sonreía pensando en la escena que le esperaba a su odiado compañero, apareció Silvia detrás del mostrador, y con gesto aún preocupado por la reacción de su jefe, le interrogó sobre el contenido de la singular visita. - ¿Qué... como ha ido? ¿Qué quería el bicho? - ¿El bicho...? Un subnormal disfrazado de canguro... eso es lo que era... -sonrió Javier-. Pues no me ha dicho el tío que quería denunciar a Noe por no se qué de unas comisiones ilegales en la construcción del arca... - Pues parecía tan real... -aseguró la secretaria. - Venga Silvia, por favor... que aún sigues creyendo en la cigüeña. Además - le interrogó su jefe- ¿Qué día es hoy...?
La chica asintió con la cabeza, recordando por fin que aquel día
era, casualmente, un 28 de Diciembre.
Aquella mañana tenía realmente buena pinta. Si no fuera por la visita inesperada de la Sra. Izquierdo, lo demás presagiaba un viernes tranquilo, que según los calculos de Javier, debía acabar a eso de las seis de la tarde. Por ello, sin mayor presión que la propia rutina, decidió tomarse un respiro, y leer el periódico. - A ver que partido dan mañana... Cuando se dirigía visualmente hacia las página de deportes, una enorme foto que ocupaba todo el ancho y largo la portada llamó la atención de Javier, sorprendido por tanta riqueza tipográfica. - Vaya pedazo de foto... ¿De quién será? De pronto, un enorme escalofrío recorrió su cuerpo, sin poder dar crédito a lo que estaba viendo. Trató de llamar a su secretaria, pero su bloqueada voz no permitía emitir otro sonido que no fuera el de la desesperación. - ¡Sil...vi...a! En portada, a todo color, y con aquella sonrisa que tanto odiaba, se encontraba Jorge Leyva, con un impecable traje gris marengo, leyendo en un pequeño trozo de papel unas palabras ante los cientos de fotógrafos que inundaban las escaleras de un Tribunal que no llegaba a distinguir. Más atrás, en un segundo plano, embutido en una gabardina que le resultaba insoportablemente familiar, y bajo un elegante sombrero, aparecía aquel canguro, sonriente, observando con atención a su abogado, y retirando en la medida de lo posible la multitud de micrófonos que le acercaban los reporteros gráficos. Encima de la fotografía, en enormes titulares para escarnio de Javier, se podía leer el siguiente texto: “Descubierta en nuestro país la primera especie animal que habla. El animal, que se denomina a sí mismo Parlasaurio del Cretácico, apareció ayer ante los medios de comunicación para realizar una revelación extraordinaria: Las irregularidades cometidas en la construcción y selección de especies del arca de Noe. Más abajo, al pie de la página, se explicaba la fotografía: El Abogado del increible animal, Jorge Leyva, manifestó asimismo la interposición de una querella criminal contra el Sr. Noe por los delitos de omisión del deber de socorro, delitos contra la humanidad y cohecho. Ante las preguntas de los periodistas especializados , el Sr. Leyva manifestó que se había decretado secreto del sumario, y que las investigaciones estaban en marcha, sin que por ahora pudiera dar más detalles. Paralizado por lo que acababa de leer, ante la llegada de Silvia, sin articular palabra, Javier solo pudo desplazar su dedo índice hasta la foto de la portada, y llamar así la atención de su secretaria, que asustada por el entrecortado grito de su jefe, había acudido presta a su llamada. - ¡Pero si es... el canguro...! -exclamó Silvia. - Si..., y lo peor es que el de delante es el desgraciado de Jorge Leyva... -asumió con un tenue hilo de voz el joven abogado. - O sea...que era verdad - sugirió la secretaria, maldiciéndose por haberse dejado convencer. Por unos breves instantes, ambos guardaron silencio, pensando siquiera en la repercusión de su incredulidad. Sin embargo su estado de shock era tal, que era ésta una misión transitoriamente imposible. - ¿Sabes lo que mas me duele...? -interrogó Javier a su secretaria. - Pues no... -respondió Silvia.
- Que seguro que hubiéramos ganado con
costas...
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